jueves, 13 de junio de 2024

 






                                                  EL SOMBRE NEGRO


Nadie cantaba "El Gato en la Oscuridad" como el hombre albino de sombrero negro. Yo solía esperarlo, en las noches de Girardot, en una de esas viejas bancas. Sacaba su guitarra y, con un arpegio tímido, me hacía evocar a ese otro gran guitarrista que he admirado desde mi infancia, Fernando Diuza, mi primo.

El hombre de sombrero negro no era dado a mostrar su rostro, pero de pronto, al cantar: “Cuando era un chiquillo, jugando a la guerra noche y día”, todo su rostro quedaba expuesto, como si no le importara nada, como poseído por una infancia que lo llamaba desde lejos. Confieso que muchas veces lloré. Lloré por muchos motivos: por la forma tan perfecta como tocaba la guitarra. Lloré por el contenido de la letra de la canción: “Desde que me dejaste, yo no sé por qué... la ventana es más grande sin tu amor.” Era tan real. Todos los días mi ventana se hacía cada vez más grande, no solo por mi amor de adolescencia, Claudia, sino por todos mis amigos con los que combatíamos en la guerra del barro amarillo. También por mi amiga la Naña, a quien nunca volví a ver luego de la muerte de su padre. Lloraba porque me hacía falta el mar, mi familia, y las Escuelas Dominicales. Lloraba por mi primo Alexander, que se ahogó cuando su barco naufragó. Se me venía el recuerdo de cada uno de los amigos de mi barrio, de las vecinas, de los lugares. También lloraba, (y era preciso que mis lágrimas tuvieran un motivo de nostalgia) porque ese arpegio del hombre de sombrero negro ya lo había escuchado muchas veces.

Con el tiempo, me ha costado comprender si yo era el chiquillo que, en vez de quedarse, se fue pensando que nunca iba a volver, o si soy el gato que aún perdura en la oscuridad.


Jefferson Perea Madrid






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